CUENTO ESPAÑOL

Cuento

Entre los sucios vientos de azur, paseando por grandezas y silencios, el castillo de ladrones y observadores se tiende inculto y soñador.

Cementerios de azufre y cruces de madera brabucona suplican, como niños de ávaros cuarteles y barcos, por amor y riqueza formando sombras de televisión frente al visitante, herido de invierno y de interminables carbonizados espejos endemoniadamente bobos de rojez y efímero placer.

Es aquí donde los inmaculados iluminados se recrean, aterrorizados enhebrantes de los devotos de carbón, con sus pasos de sudario y polvo al son del sol conspirador.

Recuerdo el galope solitario de las excitadas alas de blanco sinople.
¡Expertas soñadoras, abandonadas de placer!
Recuerdo el mar brusco bajo pardos delfines de éxtasis, montando rodantes olas de espuma, derribados, ahora, por caballos heridos de espada,

con su mango confuso y filo embaucador de tiranías.

Caminando por inmundos pasillos del elevado continente de rocas y ninfas, por la inmundicia quedé atrapado, con alucinaciones de grandeza. Pero lloré, mi mente seguía en lágrimas, con ojos sucumbidos en madera y maduras espadas de néctar nupcial.

Ya libre y a disposición de lisos hombros que mis pies de estiércol pisaban, admiré vasallos de oro, redondos admiradores de cantores con tiernos ojos que, bajo su sol cansado,

Deliraban pelos monárquicos en su corona de sabiduría moralizada y con rojas iras que tapan gargantas de sangre acresódica.

Por las ventanas de mis excéntricos ojos de barro, airadas tristezas refrescan mi cabello morado, con atroces y dulces movimientos adoloridos,

Cortando, con vainas de fiesta, los ecos de mis vastos burdeles de melancolía, fumando mis calles de verano, volviéndome azul, como un ácido bailante de la brisa.

El mártir ha sido asesinado, y, las verdaderas peleas de emoción y caravanas han sido evitadas, recluidas, con gracia, bajo mis amigos de balsa, flotante de ríos de miedo infernal, que, con brío, son de rostro, que de máscaras de cordura se disfrazan.

¡Palpitantes serpientes de acorazados dientes me han devorado!

Se dirá que no soy humano, y que, ahora, mi falta de capitanía me condenará, pero yo, bajo la grasa de estas pieles de ajo y de las aras gobernantes, exclamaré que los viajeros han muerto y otros horripilantes monstruos de espuma me han matado, pero supongo que no sé nada, y que solo soy un cantor español.

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